Los versos de Carmelo García Calizaya parten de la compenetración del individuo con el espacio que lo rodea, de ese diálogo permanente con la naturaleza y su contexto. En el caso de Cabeza atravesada por el viento, ese espacio lo domina el Ande, su majestuosidad, su belleza, pero también su dolor.

García exhibe con maestría una voz que conjuga de manera precisa con el pálpito de una añoranza imperecedera que parte del vínculo inquebrantable de la niñez con sus orígenes, no solo con los geográficos, sino, y quizá sobre todo, con los afectivos.

El contacto con los mentores, el inicio del desarrollo del espíritu crítico ante una realidad compleja y la asimilación de una situación que no presenta proyecciones de cambio inmediato, todo ello con un temple que es pasivo y potente a la vez, contemplativo y regido por los afectos.

De esta manera, Cabeza atravesada por el viento, destaca como un diálogo que se bifurca entre el espíritu y la tierra, únicamente para encontrarse en la voz inconfundible del poeta.