El adulterio es una herida grave al narcisismo, de tal magnitud que en casos extremos conduce al feminicidio. En el Perú, cinco millones de mujeres son golpeadas y un promedio de 120 mueren, cada año, a manos del hombre que dijo amarlas. En una mayoría abrumadora, el móvil son los celos y la negativa de la mujer a retomar la relación.

América Latina carga con dantescas estadísticas de feminicidio. En cinco países musulmanes rige la Ley Mosaica que ordena la muerte de la adúltera mediante lapidación. En otros países, igualmente atrasados, se producen los llamados «crímenes de honor».

El dolor que produce el adulterio es tan intenso que provoca de inmediato violencia y trastornos mentales: reacción depresiva grave y ansiedad intensa, con frecuencia. Además, pasada la crisis, el resentimiento del ofendido perdura y suele llevar a la disfunción por largo tiempo o para siempre, si no al divorcio.

La base histórico-social de este drama es el régimen monogámico en la relación de pareja. Los contrayentes se obligan a un prologada prueba de fidelidad. Sentirse atraído por otra persona es prohibido por la moral; permitirse entrar en una relación paralela, pecado mortal.

Este ensayo se basa en la observación clínica, durante más de 40 años de práctica médica y psiquiátrica, de mis pacientes casados que sufren las desdichas del engaño; asimismo, en conceptos de la ciencia de la conducta humana —como la genética, endocrinología, neurología, psicología, antropología y derecho— enfocadas en la monogamia.