Clásico es amarte
En un país donde la lectura es un privilegio y comprarse un libro es un lujo, resulta imprescindible volver a los grandes clásicos literarios. Por eso hoy, justo hoy donde las nubes caprichosas forman en el cielo un conjunto de Molinos de viento, les hablaré de uno de mis clásicos favoritos: El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. En un lugar de la selva de cuyo nombre no quiero acordarme, sentado sobre la rama de un árbol que por mi peso roza la hojarasca, tratando de mantener un equilibrio en el que me sienta cómodo, escribo en mi cuaderno los buenos momentos que tuve cuando lo leí por primera vez, a los seis años. Les cuento un secreto: me identifiqué al toque ante el primer gráfico: Un hombre muy delgado sobre un caballo y en la mano una majestuosa espada. Fue mi primer héroe. Luego fui creciendo con diversas ediciones que me obsequiaban mis tíos. Aprendí lo importante y motivadora que es la amistad cuando se tienen objetivos y sueños. He vivido aventuras que nunca me las imaginé. Aprendí sobre el idealismo del Quijote y el realismo de Sancho Panza, pero sobre todo la lealtad de este último. Empecé también con mis primeros miedos, he aquí otro secreto: volverme loco. Es que a mis 15 años había leído muchos clásicos, revistas, diarios y recuerdo claramente esta frase: Del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro. Ese era yo de adolescente, dando mis primeros pasos hacia la hipocondría, pero eso ya es otra historia que se afianzaron en otros libros. A mi parecer, los libros de la literatura clásica son los pilares en los que descansan los otros clásicos, una estructura piramidal infinita, en el que cada uno de nosotros y según su generación escogerá el suyo, también tus sobrinas y las hijas de tus sobrinas. Una herencia magnífica que nos dejan como legado los grandes autores. Debo confesar que con este libro aprendí a usar el diccionario y a cumplir unos de los primeros retos que propuso mi padre: aprender dos palabras diarias, sinónimos y antónimos incluidos. No sé si para bien o para mal, mi primera chapa en la escuela fue el quijote porque mi hermano, hasta el día de hoy, era gordito y mi mejor amigo. Recuerdo con mucha pena, cuando una inverosímil lluvia, que duró casi diez días, inundó mi casa y en ella la biblioteca familiar, y mi impotencia de poder salvar solo unos cuantos ejemplares de la enciclopedia Espasa. Ahora, con cierta nostalgia, veo mi biblioteca llena de libros que he leído y otros muchos que quizá nunca leeré. Veo un ejemplar que logré obtener gracias a un buen trato con un amigo librero, se parece al primero que tuve. Lo saco de la pila, le abro sus paginitas débiles, veo que algunas palabras desaparecieron, no por la tinta, si no por el poco uso. Huelo las páginas, tienen un olor especial, quizá como el recuerdo de la infancia. Con tantos libros que leer, volviera una y otra vez a este. A volver a vivir, a recordar que un clásico no solo te enseña, sino te forma como lector, en la coherencia sublime de atizar el conocimiento y divertirte. Te enseñan que no son difíciles, pues como él pregunta: ¿No sabes tú que no es valentía la temeridad?. Son tantas frases que nos inculcaron en el olvidado arte de pensar. Por eso y más te he querido y escogido como mi clásico preferido. Hay amores que no se olvidan, hay circunstancias que los mantienen vivos, son los vínculos que crean entre la historia y el lector, su entorno. Las emociones que son catarsis como lágrimas mal contenidas. Sí, clásico es amarte, leerte y recordarte: Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.