No sirvo para casi nada es prácticamente una declaración de principios. Desde su título, pasando por el desarrollo de su trama y hasta llegar a su ¿final?, la voz narrativa parece empecinada en ensalzar un tono de mero registro. El lector es sometido —sí, ese es el término preciso— a la consignación de las desventuras de un personaje decadente que se regocija en su descenso y solo eso… en apariencia.

Pero es precisamente en esa suerte de flâneur patético que el adverbio “casi” toma el protagonismo a medida que ese personaje avanza, o quizá retrocede, porque aunque no exista una ruta definida o un objetivo que alcanzar, la utilidad de esa fauna decadente radica en evidenciar que aquellos que cohabitan con ese personaje, aquellos que, sobre el papel, escapan de esa decadencia, se sostienen sobre una base endeble en la que a la larga parecen únicamente sobrevivir y este efecto se atenúa cuando lidian con esa especie de protagonista antagónico que exhibe sus propios dilemas pero que, en general, se escuda en una pasividad genuina ante esa retahíla de aparente corrección social.

Ángelo Martínez ofrece una historia carente de lineamientos específicos que hace de la crudeza, el desvarío y la indecencia su modus operandi literario.